miércoles, diciembre 28, 2005

LAS MENSAJERAS DE LOS DIOSES

Varias horas después, el tintineo de las estrellas mayores, aquellas en donde moran los dioses, llamó su atención. La selva dormía y sólo Tamul, el búho, velaba impasible.

Una quena maravillosa se escuchó en el firmamento y Solángel siguió de cerca la resplandeciente peregrinación. Cada año, en una fecha como ésta, los dioses desfilan por los caminos del cielo para escuchar las quejas de los hombres e impartirles sus bendiciones.

La hermosa música prosiguió acompañando la aparición de miles de libélulas procedentes del País de la Verdad. En forma de una nube color del oro, las mensajeras de los dioses presentaron su saludo a los inmortales y luego se desparramaron hacia los confines de la tierra.

De inmediato, en todos los lugares comenzaron a prenderse las hogueras rituales y al compás de los capadores se formaron los círculos que encerraban las ofrendas. Con su rítmico tam tam los tambores llenaron la selva y llamaron al baile que precedía la llegada de las libélulas sagradas.

Solángel, afanada, logró reunir unas cuantas ramas secas y con un pequeño fuego participó del diálogo con el cielo.

Luego de algún tiempo, una libélula llegó a su lado y Solángel le entregó sus deseos: que la dicha colmara a los suyos, que la tierra les brindara sus frutos, que el jaguar respetara a los cazadores, pero sobre todo, que los vientres de las mujeres arrojaran la maldición y volvieran a llenarse de vida.

La mensajera se posó en su mano y atenta comenzó a recoger los pensamientos de la pequeña, que le hablaban de su gente y de la búsqueda incesante del nuevo hogar, perseguidos por los Ajenos que desde la división del mundo se habían convertido en el azote de los manglares.

Según los cayetés, mensajeros de Quelima, allá, mucho más allá del Pantano del Silencio, se encontraba un país de muchas riquezas, donde la diosa había plantado la Semilla Original. Pero sólo un pueblo podía hacerse dueño de él. Y el de Solángel era el que había tenido la fortuna de estar más cerca de llegar a él.

Los Ajenos, que los seguían de cerca buscando la oportunidad de destruirlos, una y otra vez los habían atacado pero siempre los había derrotado el valor de sus adversarios, hasta la última batalla, librada al pie del Bosque de Chiminangos.

Los hijos de la oscuridad los habían sorprendido mientras dormían. Muchos murieron pero unos cuantos consiguieron escapar. Los Ajenos, envanecidos por su victoria, los dejaron ir creyendo que pronto morirían, pero lograron sobrevivir.

Lejos, donde los marjales guardan el agua de la vida, construyeron sus malokas, sembraron la tierra y recogieron sus cosechas.

Pero hasta allí la desgracia los acompañó. Los niños se hicieron hombres, los hombres se hicieron viejos, los viejos murieron y nadie vino a reemplazarlos. Cada mujer vio como su cuerpo se secaba, se llenaba de arrugas, se doblaba por el sufrimiento, en aquella inútil espera.

Sòlo Luzbella, la hermosa compañera de Zesmil, rompió la maldición al lograr que dentro de sí germinara la vida. Por esto, cuando nació Solángel, todas las esperanzas se despositaron en su pequeño ser. Era la última de la vieja especie y, tal vez, la primera de la nueva.

La libélula todavía dio varias vueltas en torno a la niña antes de marcharse al cielo a contar lo que había escuchado.

Solángel la vio perderse y al calor de las brasas se fue adormeciendo, mientras la soledad y el silencio se acurrucaban a su lado.

a veces
padre
usted se quedaba en las noches
mirando las estrellas
en ellas
me decía
los dioses escriben sus mensajes
y debemos interpretarlos

entonces
me tomaba de la mano
y mientras caminábamos
me enseñaba sus misterios

sábado, diciembre 17, 2005

EL RIO DE LA FERTILIDAD

.
Cuando solángel abandonó la cueva encontró el cielo nublado y una sensación de angustia se apoderó de su ánimo.

Corrió colina abajo y cuando se aprestaba a entrar al bosque, frente a ella apareció un río majestuoso que la envolvió entre sus olas y rápido se la llevó del lugar, dejando atrás una sombra agazapada que dejó escapar un sonido de frustración.

Durante varios minutos la niña sintió el cálido abrazo del río y supo de quién se trataba. Era el Río de la Fertilidad. De pequeña había oído su triste historia, contada alrededor de la hoguera que señalaba el fin del invierno.

"Cuando el tiempo era joven -hablaba el anciano mayor- el Río de la Fertilidad no se ocultaba a la vista de los hombres. Todos los días visitaba las aldeas y en sus aguas mágicas los pobladores renovaban sus riquezas. No obstante, Yagumani, apodada la Impenetrable, cuyas aguas yermas jamás habían conocido la bendición del agua, vigilaba sus movimientos.

"Por esto, ladinamente, noche a noche, Yagumani fue alterando su curso, atrayéndolo hacia su trampa. La noche de su rapto lo encontró dormido al borde de sus dominios, por lo que apenas le costó un pequeño esfuerzo conducirlo a sus entrañas.

"El Río de la Fertilidad luchó por salir, pero las grutas, las cañadas, las profundas hondonadas, hicieron inútiles sus esfuerzos.

"Recogido en sí mismo vagó sin cesar, transformado en manso riachuelo. Con el tiempo aprendió los secretos de Yagumani y en cada sima y recoveco palpó las infinitas formas de su maldad.

"Mientras tanto, los hombres lloraban su ausencia; desde su partida la selva se había vuelto estéril y sólo la muerte aliviaba el sufrimiento.

"Los ruegos por su retorno llegaron hasta el Padre Sol y por una vez descendió al mundo, apartando de sí la neblina que siempre había cubierto a la Impenetrable.

"Yagumani no pudo impedir que el cautivo se convirtiera en nube y que, veloz emprendiera la huida, como tampoco que luego cubriera como lluvia la marchita selva.

"Se prometió buscarlo, pero ya la tierra lo había recogido en su seno y muy lejos, en lo profundo de la espesura, lograba su rescate para la vida".

Mientras la voz se diluía en su memoria, el río la depositó con cuidado a la orilla de la Laguna Dorada.

- -Espera, no te vayas -exclamó Solángel, mientras extendía los brazos intentando retenerlo.

Pero el río, nervioso, se alejó con prisa del lugar, multiplicando toda la vegetación que se reflejaba en él. Temía a la Impenetrable y pensaba que de no cambiar su curso una y otra vez, ella de nuevo lo atraparía.

Por un rato Solángel caminó de aquí para allá hasta encontrar un bosque de árboles frutales donde sació su hambre y encontró abrigo.

en la selva
Solángel
el destino de cada criatura
en alguna forma
es también nuestro destino

su voz
lo recuerdo padre
era suave pero firme
y sólo se quebró
cuando su mirada se detuvo
al pie del roble sagrado
donde reposa mi madre
Luzbella

lunes, diciembre 12, 2005

EL VENERABLE

Aquella tarde, y luego en la mañana siguiente, la niña escuchó un murmullo entre los arbustos, como el que podría hacer una fuente de agua, pero no pudo descubrir nada. El insistente chapoteo apenas la acompañaba unos minutos y luego desaparecía sin dejar rastro.

Preocupada ascendió una pequeña colina para divisar el panorama, pero una vez allí se encontró con la entrada a una cueva. Como podía servirle de abrigo durante la noche, decidió explorar en su interior.

No había andado unos metros cuando unas luces que parecían girar en sí mismas se le atravesaron varias veces para luego marcharse por un pasadizo irregular. Intrigada, Solángel siguió tras ellas hasta desembocar en una estancia adornada por una suave penumbra.

Cuando acostumbró sus ojos a los pálidos reflejos del lugar, notó que los destellos habían escalado un promontorio de piedra y yacían al pie de una figura en actitud de oración.

Por un momento quiso llamar su atención pero al final, respetuosa, adoptó la misma posición. Esperaría que el anciano le hablara.

Pasado algún tiempo, un sonido melodioso brotó de aquellas entrañas, resbaló por las rocas fosforecentes y, con suavidad, se depositó en sus oídos.

Era una voz, pero a la vez era un coro de muchas voces que entonaba un cántico de amor y de esperanza.

- -Debes buscar el corazón de la selva...
- ...allí el agua se unió con la tierra...
- ...y el viento trajo el fuego...
- ...y el fuego se convirtió en vida...
- ...y la vida en esperanza...
- ...debes ir a él...
- ...podrás encontrarlo y conocerlo...
- ...él está en todas partes...
- ...cerca de tí...
- ...siempre aquí...

Transcurrieron varias horas que a la niña le parecieron siglos, escuchando el mensaje que le enviaba el Venerable. Luego, aquellas voces bajaron su tono hasta convertirse en un susurro y, al final, se diluyeron en el silencio de la nohe.

Dichosa, Solángel agradeció desde lo más profundo de su ser aquel regalo inesperado, mientras afuera la noche cubría la tierra y ocultaba la presencia de un ser siniestro.

Dos días permaneció en aquel lugar sagrado sumida en sus reflexiones. El Venerable le había hablado de las fuerzas que gobiernan la oscuridad y de su inmenso poder.

Muchos pueblos habían sucumbido cuando quisieron enfrentársele. Los vio, batiéndose valientemente, en los recodos de los ríos, en los surcos de las sementeras, todos los días, en cada rincón de la selva que iban descubriendo, hasta que el miedo y la desesperanza se apoderaban de sus corazones.

La mirada altiva se apagaba y como si un peso inmenso los agobiara, agachaban la cabeza y se entregaban. La escena era siempre la misma. Como si nada existiera se marchaban, dejaban sus cosas, se internaban en la selva y desaparecían para siempre.

- -... perdieron la esperanza...
- ... y con ella la vida
- ... sólo la muerte podía esperarlos...


En aquel momento entendió a su madre. Cuando la derrota asomaba a los ojos de Zesmil, Luzbella la alejaba con sus palabras de aliento. Le hablaba de los Mayores, de la lucha incesante que tuvieron que librar para llegar a la dorada planicie que convirtieron en su hogar.

"Fueron muchos los peligro, Zesmil. ¿Recuerdas lo que sucedió en el Lago de la Tristeza? Al principio, cuando comenzaron a atravesarlo, sólo sintieron sus aguas tranquilas que permitían el paso de las piraguas. Pero luego todo desapareció. Una espesa niebla ocultó las cosas, apagó los sonidos y terminó por adormecer sus corazones".

A Solángel le contó su padre cómo habían dejado de remar, permitiendo que las aguas los arrastraran hasta el centro de la laguna, Nadie supo cuanto tiempo permanecieron hasta que un tambor rompió el silencio. El Padre Mayor empezó a golpearlo con vigor y otros le respondieron. Uno a uno fueron despertando como de un sueño, cogieron los remos y siguiendo su ritmo, navegaron hasta la otra orilla.

"Siempre los salvó el deseo de llegar a la tierra que los dioses les habían prometido", pensó Solángel. Sin embargo, la asustaba el inmenso poder del mal y las escasas fuerzas que poseía para enfrentarlo.

Cuando usted
padre
me habló del mal
sentí miedo
pero su risa bondadosa
me devolvió la tranquilidad

el mal
me dijo
es hijo de la oscuridad
nos parece eterno
interminable
hasta que llega la luz

luego
padre
usted encendía el fuego
y ahuyentaba las sombras
mientras yo
tranquila
reposaba en su regazo


domingo, diciembre 04, 2005

EL SEÑOR DE LOS CRISTALES

Cerca del mediodía, Solángel se recostó al pie de un roble y miró con detenimiento las copas de los árboles. “Si fuera tan alta como ellas –pensó- sabría en donde vive la Señora Mañana y si es cierto que en las nubes se guardan los secretos que ya no quieren en la tierra”.

Alguna vez, cuando paseaba con Zesmil por los alrededores del Bosque de Araucarias, los sorprendió la noche. Mientras buscaban un lugar seguro para dormir, Solángel quiso saber adonde se había ido la luz.

Su padre miró hacia arriba. “Allá, donde termina el cielo, más arriba de las nubes, es donde los dioses guardan la luz, para que los hombres puedan descansar”.

Miró más arriba, como le habían enseñado los ancianos. Se imaginó que estaba en la inmensa maloka del cielo.

Libre del pesado cuerpo, su espíritu ascendió con la brisa, tan ligero como un pensamiento.

Con solo desearlo iba de un lado al otro. Deshojó las copas de los árboles, empujó una nube que se cruzó por su camino, acompañó por un rato a un alcaraván y se meció con un vientecillo que viajaba perezosamente a su lado.

¿Y si no pudiera volver? Por un momento tuvo miedo y cerca de un sauce se detuvo para mirarse allá abajo, indefensa, a merced de la anaconda.

- -No te preocupes, las criaturas de la selva velarán su sueño.

Sentado sobre una nube, un hombre de cristal le habló sonriente, adornando sus palabras con miles de colores que se desprendían de sus labios y luego caían a la tierra para pintar todas las cosas que encontraba a su paso.

Poco a poco la tibieza de su corazón envolvió a Solángel y sumergida en sus ojos comprendió muchas cosas.

- -Cuando la tierra fue creada solo existía n la luz y la oscuridad cubriendo en desorden todo lo existente. Unos minutos era de día, al poco rato venía la noche, para luego volver de nuevo el día y así una y otra vez, sin ton ni son.

- -Había que remediar esto y por ello las Señoras del cielo decidieron crear el tiempo y repartírselo. La Primera, sabia y noble, creó la mañana. La Segunda, medrosa y vacilante, formó la tarde. La Tercera, egoísta y malvada, estableció la noche.

- -Pero la dueña de la oscuridad no quedó satisfecha y aprovechando un descuido del Padre Sol, corrió la frontera de sus dominios y se llevó consigo una gran porción de luz, dejando la tierra cubierta de sombras.

- -La timidez de la Segunda permitió el despojo, por lo que hubo de esperarse una reunión de las tres para reordenar las cosas. Pero el acuerdo no se produjo y únicamente quedaron las pocas horas de la mañana para alumbrar la vida del mundo.

- - ¿Cómo evitar el retorno del caos?

- -La Señora Mañana sintió pena por los hombres. Ya no acudían a su encuentro y de vez en cuando los veía deambular, negándose a sonreir. ¿Podría devolverles la felicidad? Mientras reflexionaba, la Aurora depositó en sus manos el cofre que guardaba el amanecer.

- -Con cuidado lo abrió y absorta contempló la blancura de su luz, pero mientras se adentraba en ella, comprendió el secreto: había que liberar los colores que encerraba y regalarlos al mundo. Así, cada cosa, cara rincón, cada ser, poseería su propia luz, haciendo inútil las pretensiones de la noche.

- -De inmediato los desparramó por todos los lugares, pintando de verde las hojas, de azul los ríos, de amarillo el maíz, de carmelita las sementeras, de carmesí el petirrojo. Todos los seres, todas las cosas, tuvieron el suyo.

- -No obstante, la Tercera Señora nbo se dio por vencida y valiéndose de la oscuridad, se llevó consigo los colores, sin imaginarse que ésta sería su última victoria. La Primera Señora, previendo el despojo. me envió a mí, el Señor de los Cristales, para que en cada amanecer los devuelva al mundo, brillantes y renovados.

El inmortal guardó silencio, mientras sonriente depositaba en manos de Solángel un prisma.

- -Guárdalo siempre contigo -fueron sus últimas palabras.

Solángel volvió como de un sueño y pensativa guardó el maravilloso regalo entre sus ropas. Por un momento deseó no haber vuelto, pero cuando el Arco Iris se instaló en el cielo, emprendió la marcha con entusiasmo: tenía un nuevo amigo.

alguna vez
padre
usted me mostró un cielo como éste
limpio
diáfano
interminable

así debe ser el corazón de los hombres
me dijo
y calló durante un largo rato
mientras varias nubes
se unían para ocultarlo

que nunca le pase lo mismo a usted
Solángel
que su corazón permita que miren en su alma
o usted
como Yagumani
se endurecerá para siempre