ARISTO
Al día siguiente, cuando recién empezaron a caminar, un hermoso tucán apareció para hacerles compañía. Supieron que se trataba de Aristo, escogido para guiarlos hacia la Fuente Amarilla.
Desde el primer momento se ganó a la niña con sus maneras corteses y su delicadeza. Su voz era profunda y Solángel se sintió alegre pese a la preocupación que la embargaba.
Toringa, en cambio, se sintió molesto. No consentía que alguien le robara la atención de Solángel y luego de un rato en silencio, le dio por refunfuñar, contradiciendo al tucán cada vez que podía.
Aristo no le hizo caso y decidió ignorarlo.
- - Este es el jardín de las siemprevivas -dijo Aristo- y más allá se encuentra el bosque de los recuerdos.
- - ¿Podemos ir allá?
- - No, Solángel. Quien entra allá jamás puede salir, pues se queda viviendo para siempre en el pasado.
- - Tonterías -replicó Toringa-. Mis hermanos lo visitan con mucha frecuencia y nada les pasa. Además, me han dicho, que es muy lindo.
Y aunque Aristo no le prestaba atención y seguía hablando con Solángel como si Toringa no existiera, el enano continuaba interrumpiendo cada vez que podía.
Solangel escuchaba divertida la solemnidad de Aristo y las palabras atropelladas de Toringa, hasta que decidió ponerle fin al asunto. De repente rodeó con sus brazos a Toringa y lo estrechó contra su corazón.
- - Te quiero mucho -le dijo.
Si Solángel hubiera podido ver los ojos de Toringa, seguramente se habría reído mucho. Los agrandó tanto que parecían dos pailas y durante unos segundos miró a Solángel , sacando dentro de sí toda la ternura que tenía guardada. Luego, avergonzado, guardó silencio por un rato.
Aristo notó el cambio y dio también su brazo a torcer. Comenzó a charlar con Toringa, averigüándole por los secretos del cielo y la grandeza del mar. Incluso llegó a preguntarle por la Carroza de los Vientos.
- - Dentro de poco tiempo debe pasar por aquí, conducida por Abira, nuestro padre - le aseguró Toringa, que ya se había vuelto a reír-. Ya está por terminarse el verano y debe comenzar a repartir las lluvias que duermen donde comienza el cielo.
- - ¿Quieres irte con él?
- - No puedo, la niña me necesita -respondió mientras apretaba su mano.
Solángel sonrió aunque sabía que su separación estaba cercana.
Desde el primer momento se ganó a la niña con sus maneras corteses y su delicadeza. Su voz era profunda y Solángel se sintió alegre pese a la preocupación que la embargaba.
Toringa, en cambio, se sintió molesto. No consentía que alguien le robara la atención de Solángel y luego de un rato en silencio, le dio por refunfuñar, contradiciendo al tucán cada vez que podía.
Aristo no le hizo caso y decidió ignorarlo.
- - Este es el jardín de las siemprevivas -dijo Aristo- y más allá se encuentra el bosque de los recuerdos.
- - ¿Podemos ir allá?
- - No, Solángel. Quien entra allá jamás puede salir, pues se queda viviendo para siempre en el pasado.
- - Tonterías -replicó Toringa-. Mis hermanos lo visitan con mucha frecuencia y nada les pasa. Además, me han dicho, que es muy lindo.
Y aunque Aristo no le prestaba atención y seguía hablando con Solángel como si Toringa no existiera, el enano continuaba interrumpiendo cada vez que podía.
Solangel escuchaba divertida la solemnidad de Aristo y las palabras atropelladas de Toringa, hasta que decidió ponerle fin al asunto. De repente rodeó con sus brazos a Toringa y lo estrechó contra su corazón.
- - Te quiero mucho -le dijo.
Si Solángel hubiera podido ver los ojos de Toringa, seguramente se habría reído mucho. Los agrandó tanto que parecían dos pailas y durante unos segundos miró a Solángel , sacando dentro de sí toda la ternura que tenía guardada. Luego, avergonzado, guardó silencio por un rato.
Aristo notó el cambio y dio también su brazo a torcer. Comenzó a charlar con Toringa, averigüándole por los secretos del cielo y la grandeza del mar. Incluso llegó a preguntarle por la Carroza de los Vientos.
- - Dentro de poco tiempo debe pasar por aquí, conducida por Abira, nuestro padre - le aseguró Toringa, que ya se había vuelto a reír-. Ya está por terminarse el verano y debe comenzar a repartir las lluvias que duermen donde comienza el cielo.
- - ¿Quieres irte con él?
- - No puedo, la niña me necesita -respondió mientras apretaba su mano.
Solángel sonrió aunque sabía que su separación estaba cercana.
2 Comments:
hello mARCO!!!
como siempre lindas letras, escribes tan lindo... deberias publicar un libro, ya tiene la primera compradora..
y por demas muchas veces en nuestra vida pasan ARISTOS, y no nos damos cuenta...
que buen blog.. felicitaciones..
tify
tify:
Gracias (en todos los idiomas)
lully:
Pronto Solángel se enfrentará a lo desconocido y perseverá para conseguir su objetivo. Agradezco tus visitas.
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