miércoles, enero 03, 2007

Los guardianes

Al poco tiempo el Padre Sol iluminó todas las cosas y se pudieron ver los estragos causados en la desigual batalla que le costara la vida al Río de la Fertilidad.

Las paredes de granito estaban destruidas, como si una inmensa mano las hubiera apartado con furia, y a lado y lado del laberinto, cada piedra había sido aplastada, dejando el camino libre hacia la cumbre.

Nada quedaba en pie. Aturdidos, Solángel y Toringa habían salido de la cueva y buscaban con insistencia al Río. Sus esfuerzos los interrumpieron cuando la niña fijó sus ojos en el fondo del abismo. Y vio lo que los demás no podían ver.

Abajo, en lo profundo del abismo, un inmenso remolino sin fin se había tragado a su amigo. La oscuridad era completa y tan sólo se escuchaba el eco que, atrapado, no podía escapar, convirtiendo en lamento la muerte de Las Sombras.

-Vámonos, él ya no volverá con nosotros.

Mientras ascendían hacia la cumbre, Solángel le contó a Toringa lo que había visto. La tristeza se apoderó de ellos mientras un frío extraño se incrustaba en sus cuerpos.

Solángel sabía que quien había venido a buscar estaba cerca, un poco más arriba, en esa cumbre enigmática que siempre había estado oculta a la vista de los hombres y a la que ella se dirigía con paso inseguro.

Prosiguieron el ascenso y varias horas después el silencio absoluto reemplazó los rumores que traía el viento, mientras una bruma blanca envolvía todas las cosas y, con lentitud, las borraba como si jamás hubieran existido.

Pero, al mismo tiempo, se iba formando un paraje visible tan solo a los ojos de la niña y que no le era del todo desconocido. Desde que cumplió los siete años y fue iniciada por su padre en los misterios de la naturaleza, aquel lugar había estado presente en sus sueños. La llanura sin fin, el silencio, la soledad, la ausencia de colores, eran sus características.

Sin embargo, siempre que deseó ir más allá, dos inmensas estatuas de piedra se le atravesaban en el camino. Las recordaba una al lado de la otra, imponentes y tan altas que casi alcanzaban a tocar el cielo.

"Son los Guardianes", le había dicho el Venerable", A una cualquiera de sus mil caras. deberás responder el acertijo que te proponga. La leyenda dice que un escogido acertará y, al trasponer la Frontera prohibida, conquistará el Reino del Tiempo.

También escuchó de sus labios que la solución se encontraba en lo simple y que de no hacerlo quedaría convertida en piedra y el mundo debería esperar hasta que otro iniciado lo intentara de nuevo.

Cuando la bruma se marchó, Toringa había desaparecido y en su lugar estaba frente a los dos colosos, soportando la severidad que se desprendía de sus muchas miradas.

Por fin, una de las caras habló:

Para responder con acierto
debes indagar en tu mente
¿qué es dos veces lo mismo
pero dos veces diferente?

Desconcertada, Solángel intentó varias respuestas en vano, mientras su cuerpo, incapaz de resistir el fuego de los mil rostros, se endurecía poco a poco, adquiriendo la consistencia de la piedra.

Pensó en todo lo que conocía, exploró la selva entera, recordó las enseñanzas de su padre hasta que los dos gigantes repitieron el acertijo a través de sus muchas caras, haciendo retumbar las paredes del firmamento.

De repente, la niña evocó la figura de Zesmil reflejándose en el río y con alegría exclamó.

-El ser y su imagen. Sí, el ser y su imagen -repitió al tiempo que una sonrisa iluminó su cara.

La sorpresiva respuesta conmovióa los Guardianes y algo en su interior anunció sus desmoronamiento.

Como si apenas fueran figuras de arcilla, no tardaron en resquebrajarse y con un sordo estrépito se precipitaron a tierra, mientras una enorme grieta se abría para arrojarlos a las entrañas de Yagumani.

El desorden fue total.

Como un gigantesco río de arena la tierra se escapó formando mils de indulaciones que vibraban al compás del ruido que se registraba en sus adentros. La niña, atrapada, fue juguete del vaivén de estas extrañas olas hasta perder el sentido.

Toringa, en ese momento corrió a su lado y vio que a la niña se le estaba escapando la vida. Incapaz de respirar, la niña comenzó a convulsionar. El enano la abrazó y como un aire salvador, se diluyó dentro de ella, regresándola de la muerte.