viernes, marzo 10, 2006

LA ROCA SAGRADA

Después del ritual, el grupo se dirigió hacia el sitio donde la madre de los dioses recibiría a la niña. El Venerable le había anunciado el encuentro.

Un Cayeté la estaba esperando al comienzo de la jornada que duraría tres días. De su mano comenzó el ascenso, al principio por una suave pendiente y, luego, a través de unas escalinatas talladas en la roca.

El ambiente era cálido y refrescante. Amarillas y rosadas, las madreselvas enmarcaban el sendero hacia el santuario de Quelima. Su intenso aroma alegró el alma de Solángel y desterró sus preocupaciones.

El Cayeté Mayor la recibió en la cima y con él se postró permaneciendo con la frente tocando el suelo del ara, mientras el fóculo ardía en espera de la madre de los dioses.

Finalizaba la tarde del tercer día y en el horizonte la Tercera Señora, dueña de la noche, se preparaba para robarle los colores al mundo. Pronto llegaría el Padre Sol a su morada de fuego, seguido de las tejedoras del universo que dejaban tras de sí el manto naranja de la tarde.

Una luz intensa precedió la llegada de Quelima. Solángel sintió su presencia pero permaneció postrada hasta que la diosa la tomó de la mano.

Entraron a un salón alumbrado tenuemente por antorchas, en busca de los cristales del destino. Estaban dispuestos de tal forma que cada uno se reflejaba en los demás y todos a la vez proyectaban su luz hacia el centro, formando un espejo de múltiples caras.

- -Míralos, -ordenó Quelima.

Solángel obedeció, pero de inmediato retiró la vista. El miedo la sobrecogió y llorando quiso huir de allí.

- -No temas, tus ojos estuvieron en el Corazón de la luz. Estás preparada.

Quelima la retuvo con firmeza y la obligó nuevamente a mirar.

Temblando, la niña lo intentó una y otra vez hasta que al final pudo sumergirse en ellos y comprender su mensaje.

Allí estaban todas las cosas del mundo. Vio al Añoso, palpó su maldad, supo de su fuerza, de la inmensa fuerza que tenía sumida a la tierra en el dolor y el abandono.

Ante sus ojos pasó la historia de la Segunda Era, sus comienzos difíciles, la ruina que decretó el amo del destino, la muerte de los valientes que lo desafiaron y la terquedad de los sobrevivientes.

Buscó con desesperación a su pueblo y vio a los pocos que quedaban, unos al pie de Mirandé y otros dirigiéndose al Sendero de la Ausencia. Al principio no entendió lo que estaba sucediendo hasta que vio la señal de la muerte en sus ojos.

Recorrió toda la aldea hasta encontrar a Zesmil. Los cristales del destino se lo mostraron caminando torpemente hacia la maloka. Parecía otro. Había envejecido muchos años, hasta el punto de convertirse casi en un despojo. Sin embargo, en sus ojos casi ciegos, permanecía el brillo de la esperanza.

Quiso decirle que estaba allí, con él, que no todo estaba perdido, que pronto cruzaría la Fuente Amarilla y se adentraría en las entrañas de Yagumani, que los dioses estaban con ella, que mantuviera viva la esperanza, que...

Solángel apretó la mano de la diosa y de nuevo volvió a llorar.

- -Ellos dependen de tí, -le dijo la diosa, mientras introducía las manos en los cristales y sacaba dentro del haz de luz la Estrella de la Vida.

El momento había llegado y los dioses, congregados en el cielo, contemplaron la escena. Por fin Solángel tenía en sus manos el Gran Amuleto, destinado al mejor de los seres humanos y con el cual se harían dueños de su destino, amuleto que jamás pudo ser entregado por la intervención del Añoso.

- -Aférrate a ella cuando las fuerzas te abandonen -le dijo Quelima mientras depositaba la hermosa estrella en sus manos.

La gran prueba estaba por llegar, pero Solángel tenía con ella el talismán que les daba derecho a reclamar su libertad.