lunes, febrero 27, 2006

EL JARDÍN DE LAS ESENCIAS

Luego de abandonar el remanso de los humedales, el grupo se dirigió hacia el oriente en busca del Jardín de las Esencias. Allí debía llegar Solángel para cumplir con el ritual de la purificación, antes de su encuentro con Quelima.

Años atrás, cuando su pueblo se preparaba para atravesar la frontera de los cañaverales, el Anciano Mayor recordó las enseñanzas de los dioses.

Mandó que los guerreros consiguieran albahaca y hierbabuena y en una barca, en mitad del río, elevó sus aromas al cielo, mientras su cuerpo se impregnaba de ellas.

Mucho tiempo antes, cuando los primeros hombres se preparaban para iniciar la gran aventura de la vida, Quelima los purificó en el Río de la Fertilidad.

En aquel día luminoso, el Señor de los Cristales depositó en sus aguas el verde de la esmeralda y el azul del cielo, el púrpura del atardecer y el amarillo del cantú.

Llevados por Capasurí, el elemental de los bosques, los hombres se congregaron en las orillas en espera de que el Padre Sol llegara a la mitad del cielo.

Llegado el momento, el Escogido se sumergió en las aguas sagradas llevado en brazos por Tonina, el delfín, mientras la madre de los dioses esparcía sobre su cuerpo la esencia de la vida.

En recuerdo de ello, el pueblo de Zesmil se purificaba simbólicamente antes de emprender cada nuevo camino que los acercara al Valle de la Buena Ventura, destinado a los mejores desde el principio de los tiempos.

Solángel lo sabía y por eso se dirigió al Jardín de las Esencias, donde podía encontrar el aroma de la alhucema y la almáciga, el dulce olor del ámbar y el gálbano, la fragancia del timiama y el espliego.

Sólo faltaba la fuente de agua donde pudiera preparar su cuerpo y darlo en ofrenda a los dioses. Pero no necesitaron buscarla.

Apenas Toringa y Aristo tenían todo preparado, apareció el maravilloso Río de la Fertilidad. Como la primera vez, envolvió a Solángel en sus aguas y la elevó por entre las copas de los árboles, ofrendándola a los dioses.

Había decidido regresar. La niña era también para él, como para las demás criaturas de la selva, la única esperanza de vencer el mal. A su lado ya no le asustaban los recovecos de la montaña del mal. Estaban unidos y seguirían así hasta el fin.

Los inmortales contemplaron satisfechos la sinigual alianza mientras Solángel y sus amigos entonaban su plegaria. El aroma del ritual llegó al cielo y la pequeña recibió la bendición esperada.

sábado, febrero 18, 2006

EL REMANSO DE LOS HUMEDALES

Varias jornadas tardaron en llegar al Remanso de los Humedales, donde nacen los siete ríos. Durante horas lo recorrieron y pudieron ver a lo lejos la roca sagrada donde Quelima reposa los últimos días del verano.

Zesmil le había hablado de ella. Antes, cuando el tiempo era joven, la diosa permanecía más tiempo con los hombres. Allí, en aquel lugar, enseñó a las mujeres a tejer los chinchorros y a los hombres a manejar la cerbatana.

Cuando pudieron defenderse del puma y de curiyú, la serpiente, y ya surcaban veloces las aguas sobre sus cayucos, Quelima se despidió de ellos y encargó de su cuidado a los Cayetés, los hijos de la luz.

"Sólo con ellos hablaré y sólo a ellos escucharé", les dijo, cuando les anunció que la Segunda Era estaba por comenzar y que tan sólo contaban con sus fuerzas para seguir adelante.

Muchas cosas sucedieron de allí en adelante. Después de la gran inundación, los hombres se separaron y se dividieron en naciones. La muerte arrinconó la vida y el odio ahogó la fraternidad.

Urubú, el Señor de la Oscuridad, reinó entre los Ajenos, y los condujo por serranías y valles sembrando el terror y la desesperanza, extendiendo los dominios de Yagumani, la Impenetrable.

La tristeza de los dioses fue muy grande, pero nada podían hacer; el destino de cada hombre estaba en manos del Añoso, el dueño del tiempo.

Huyendo de Urubú, el pueblo de Zesmil abandonó los fértiles valles de Zumay y se adentró en las profundidades de la selva.

Guiados por Abira, el conductor de los Vientos, llegaron a la Tierra de los Marjales, hogar del Río de la Fertilidad, y allí prosperaron como nación.

Cuando Urubú los halló, muchos valientos murieron combatiéndolo, pero otros más le arrancaron frutos a la tierra arrasada por el enemigo.

lo recuerdo
padre
plantando el maíz
con su terquedad de siempre
aunque la desgracia nos acompañara
porque estábamos solos
abandonados
a la deriva

pero usted
estaba siempre allí
desafiante
orgulloso
recordándonos
no es la primera vez que nos pasa
no es la primera vez que vencemos

entonces
era como si mil manos nos levantaran
y confiados
presurosos
cogíamos las semillas
y las escondíamos en la tierra
mientras usted
padre
entonaba el canto ritual
alegrándonos el corazón

viernes, febrero 10, 2006

ARISTO

Al día siguiente, cuando recién empezaron a caminar, un hermoso tucán apareció para hacerles compañía. Supieron que se trataba de Aristo, escogido para guiarlos hacia la Fuente Amarilla.

Desde el primer momento se ganó a la niña con sus maneras corteses y su delicadeza. Su voz era profunda y Solángel se sintió alegre pese a la preocupación que la embargaba.

Toringa, en cambio, se sintió molesto. No consentía que alguien le robara la atención de Solángel y luego de un rato en silencio, le dio por refunfuñar, contradiciendo al tucán cada vez que podía.

Aristo no le hizo caso y decidió ignorarlo.

- - Este es el jardín de las siemprevivas -dijo Aristo- y más allá se encuentra el bosque de los recuerdos.

- - ¿Podemos ir allá?

- - No, Solángel. Quien entra allá jamás puede salir, pues se queda viviendo para siempre en el pasado.

- - Tonterías -replicó Toringa-. Mis hermanos lo visitan con mucha frecuencia y nada les pasa. Además, me han dicho, que es muy lindo.

Y aunque Aristo no le prestaba atención y seguía hablando con Solángel como si Toringa no existiera, el enano continuaba interrumpiendo cada vez que podía.

Solangel escuchaba divertida la solemnidad de Aristo y las palabras atropelladas de Toringa, hasta que decidió ponerle fin al asunto. De repente rodeó con sus brazos a Toringa y lo estrechó contra su corazón.

- - Te quiero mucho -le dijo.

Si Solángel hubiera podido ver los ojos de Toringa, seguramente se habría reído mucho. Los agrandó tanto que parecían dos pailas y durante unos segundos miró a Solángel , sacando dentro de sí toda la ternura que tenía guardada. Luego, avergonzado, guardó silencio por un rato.

Aristo notó el cambio y dio también su brazo a torcer. Comenzó a charlar con Toringa, averigüándole por los secretos del cielo y la grandeza del mar. Incluso llegó a preguntarle por la Carroza de los Vientos.

- - Dentro de poco tiempo debe pasar por aquí, conducida por Abira, nuestro padre - le aseguró Toringa, que ya se había vuelto a reír-. Ya está por terminarse el verano y debe comenzar a repartir las lluvias que duermen donde comienza el cielo.

- - ¿Quieres irte con él?

- - No puedo, la niña me necesita -respondió mientras apretaba su mano.

Solángel sonrió aunque sabía que su separación estaba cercana.

miércoles, febrero 01, 2006

EL CORAZÓN DE LA LUZ

- - Vamos, niña, muévete, no te irás a quedar ahí toda la noche.

Solángel sintió las regordetas manos de Toringa en su espalda y se alegró de tenerlo a su lado. Pero algo extraño le preocupaba; percibía una presencia en el ambiente, como si muchas miradas los estuvieran espiando.

- - Toringa -dijo en voz baja-, alguien nos está vigilando.

- - ¡Bah, imaginaciones tuyas! -contestó con displicencia el enano.

- - No, Toringa, es cierto. Parece...

Un tenue resplandor que crecía momento a momento interrumpió sus palabras. Proveniente de muchos lugares, un haz de luces anunciaba la aparición de algo que no podía precisarse.

Ya cerca, los amigos vieron la causa. Miles de tucanes habían formado una circunferencia y con sus picos resplandecientes iluminaban una gigantesca orquídea que, majestuosa, abría sus pétalos.

El silencio era total.

De pronto, varios de ellos dirigieron sus rayos a Solángel. Impotente, el enano de los vientos vio como la niña desaparecía envuelta en un capullo de luz.

Quiso correr tras ella pero, en el mismo instante, este escenario maravilloso desapareció, dejándolo solo.

Desesperado, corrió en todas direcciones y detrás de cada árbol, en sus copas, debajo de los ríos, en la ensenada, buscó a Solángel.

Preguntó a la guacamaya y al ruidoso araguato, gritó tan fuerte que su voz perturbó a las yaguas, las palmeras sagradas de Quelima, pero nadie respondió a su llamado.

Sin embargo, la niña estaba cerca.

Transportada al interior de la orquídea, una luz blanca, intensa, la mayor que hubiera podido imaginar, atravesó sus ojos y llegó hasta su corazón. En ese instante, su cuerpo se diluyó entre aquella masa brillante, como si hubiera sido absorbido para siempre.

Y el Todo penetró en ella.

- - Recibe la esencia.
- - La esencia nuestra.
- - La esencia de todos.
- - La que nos fue dada desde el principio de los tiempos.
- - Para que la guardáramos.
- - Y la protegiéramos.
- - Ella es la vida.
- - Y la esperanza.
- - Utilízala.
- - La necesitas.
- - Para el gran desafío.
- - Podrás vencer.
- - Y regresar.
- - Jamás te separes de ella.
- - Jamás.

El torbellino de luz se desplazó al exterior y Solángel fue dejada al pie de Toringa. El enano dormía a pierna suelta después de la inútil búsqueda y no pudo mirar la cara de angustia de su amiga.

- - No puedo ver. No puedo ver.

Estas palabras despertaron al pequeño soplo quien sin reponerse del asombro que le causó la aparición de la niña, confirmó sus palabras. Aquellos ojos negros, alegres, que desde su encuentro lo habían cautivado, eran ahora totalmente blancos, aunque dotados de un brillo singular.

- - ¿Qué te pasa Solángel? ¿Por qué dices eso?

Mientras le respondía, Solángel conoció la razón de su ceguera. No podía ver el colorido de la primavera, la gracia del cervatillo o el resplandor del atardecer, pero sabía que estaban allí.

Era una manera diferente de ver las cosas, como si cada una fuera de cristal, como si el mundo entero se hubiera vuelto transparente, como si todos los secretos se hubieran marchado para siempre.

Ya no había formas ni colores, pero el amor, la bondad, la tristeza, el odio, la venganza, cada sentimiento tenía los suyos y Solángel los percibía con claridad.

- - Guíame, mi buen amigo, -dijo la niña con suavidad-. Debemos encontrar el lecho de la Fuente Amarilla y remontar su cauce.

- - Pero eso nos acercaría a la Impenetrable -contestó con temor el enano.

- - No te preocupes, Toringa, cuando lleguemos allí deberé continuar sola, porque a donde voy nadie podrá acompañarme.

- - ¡Ah, no, eso no lo permitiré! -le replicó el soplo, mientras sus brazos regordetes trataban de abrazar a la niña-. Siempre estaré contigo -reafirmó.

- - Por un tiempo -le aseguró con dulzura-. Por un tiempo nada más.